martes, 20 de septiembre de 2011

Sin título

Cuánto más quisiera yo que estar escribiendo historias bonitas ahora, pero mis letras no pueden más que ser melancólicas. Por buen rato pensé que sería mejor no escribir, pero las necesité.

Tengo tal contradicción en mi ser, en cuanto a perseguir la elegancia y majestuosidad, o por lo contrario, tan simple y ordinario. Tengo la tendencia a querer retratar paisajes con mis letras y al fondo con una suave melodía, cada nota en el aire, recorre los rincones, al tiempo que la madera por el húmedo frio cruje. La sutileza de las luces que emiten velas, pocas, pero tan intensa cada una. La perfecta unión entre las sombras y su rostro. La fina línea de un mechón de cabello que se desliza rozando su mejilla. Sus ojos, sus pestañas. Sus labios, y pronuncia unas palabras, pero no se escucha nada. Voltea, y se pierde en sombras, para acto seguido rozar por un lado, con su mano mi mano, y tomar asiento. Huele a vino, vino dulce, y hay un poco de pan, medio envuelto en un trapo. Se levantan en el cielo miles de estrellas que se reflejan en la ventana, un frío y bonito firmamento, ella cierra sus ojos y reposa su rostro sobre su hombro derecho, tan tranquila, y ligera. Pero no alcanzo a describir bien su rostro, yo a ella aun no la conozco. Usa un vestido blanco, o verde, podría ser azul pálido, de esos que no marcan su cintura y caen bajo sus pechos. No es muy largo ni muy corto. Toma una manta, y se envuelve, el terciopelo del sillón rojo también la arropa. Una gota de agua se resbala por el entejado, y cae sobre su nariz, haciéndole dar un imperceptible salto. Se acomoda bien y contra el terciopelo se seca, ahora esta acurrucada, y tiene los ojos cerrados. Lento respira, y se ve apacible. Yo tomo asiento, con los codos sobre las rodillas y junto mis manos, apoyo mi mentón sobre estas, y dispongo a observarla, paso allí unos minutos o unas horas, y después me recuesto, dejo caer la cabeza hacia atrás, y miro el techo, el danzar de la llama en cada vela muestra siempre formas diferentes, dependen estas de las corrientes que viajan de repente. Solo estoy pensando en su belleza, en cada línea tan precisa. Pero ese momento no existe, solo lo veo, tomando trozos de recuerdos; por poco y lo olvidaba, sobre la mesa junto al pan, también había queso y mermelada.

Lo dedico a la mujer, que parece no existir, la que aun espero encontrar algún día, y pasar noches enteras contemplando. Es para ella si en algún lugar existe. Soy solo de ella. O soy del viento y los rumores, que me llevan por doquier, al olvido y soledad.