martes, 27 de agosto de 2013

Tormenta

Voy corriendo hacia una tormenta, los arboles son arrebatados de la tierra, y sus raíces dejan profundos vacíos. La arena se levanta y se convierte en lodo que se arremolina alrededor de ese gran centro cargado de furia. Los rayos iluminan cada rincón de manera intermitente, las cenizas del gran incendió se toman la atmosfera y se precipitan desde los bordes de la perdición. El arrepentimiento es golpeado y ultrajado, las astillas violentas del odio le atraviesan con veneno. Donde ayer la gloria de los días arropaba en su tranquilo letargo al buen tiempo, una perturbación declara la guerra y ataca con un macabro arsenal, propio de la misma naturaleza. Hecho de la misma materia de su adversario. Como si uno mismo se volviera contra si, se declarara la guerra y se atacara hasta la muerte. Me detengo por un momento y veo la calma del cielo, como si éste reuniera fuerzas para dejar caer su último elemento. Un estrepitoso trueno rompe la tranquilidad y el cielo se parte, liberando torrentes de agua que se cristalizan y cortan el viento, ejecutando una melodía que augura el final. Una melodía difícil de comprender y difícil de escuchar, una melodía que solo el silencio alivia.