lunes, 8 de noviembre de 2010

Remiendos sobre-abrumadores.

En lo alto gris y cubierto de niebla, con gotas de rocío, y olor a frío, café amargo y pipa en mano, sentado en la montaña, rodeado del atardecer, miro al águila pasar, dueña de las nubes, afrontando los temores. Soñé alas, pero nunca salieron, lloré con el alma, por la impotencia de mi nostalgia. Creé mil mundos, y en ninguno habité, los uní todos, y un caos creé, desalojé a los pensamientos, pero se rehusaron partir, y rebeldes se amotinaron en mi; solo quedó tal comparado a un cadáver, apestado de moscas y gusanos, casi degradado. Escuché los pájaros, y vi el amanecer, luego prometí, y olvidé cumplir, dejé que el tiempo fuera mi limitante, y de nuevo fallé. Le propuse a mi corazón una tregua y me asfixió, fui testigo de la masacre más cruel, pero me levanté, magullado y desmembrado, un paso caminé, noté que ya no tenía pies, estaba postrado, y con el cielo a mi espalda, una semilla fue todo lo que pude ver, esperanzado, la cuidé, y con mis ideas la fecundé, pero la muy desgraciada creció y me ahogué. Pasó el tiempo y quedaron cenizas, y un fuego ardió, parecía que el mundo me odiaba, ni ellas en paz descansaban. Y así se fundió, y luego apagó, fuerte llovió. Subí a la aurora boreal y me dormí, hacía helado allí, me encontraba abrigado, tenía el negro cielo tan inmenso realmente cobijándome, y brindándome de sus estrellas, llegaron las constelaciones y me deslumbraron, subieron nebulosas y me arrullaron. Y así voló el águila, a mi lado, rocé sus alas y creí que caía, nadie para ella es compañía; dejó un sendero de belleza, que el viento borro y después perecí. No siendo más dejé todo así, quedé suspendido, en un tremendo vacío, flotando lentamente, sin aire, luz, agua o regazo; solo la nada cuidaba de lo que no existía, y consumía todo lo que nombre no tenia.

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